Ante un cambio ineludible
Ante un cambio ineludible
Desde que recuperamos la democracia en el último cuarto del pasado siglo y hasta la jornada electoral del 20D, socialistas o populares han sido llamados por una mayoría clara del censo a formar gobierno. Hasta las últimas elecciones la única excepción fue la fase inicial en la que la amalgama que constituía la UCD de Adolfo Suárez, el principal artífice de la transición junto al rey Don Juan Carlos, ganó las primeras elecciones generales libres tras la dictadura franquista. Cuando PSOE o PP no obtenían una clara mayoría absoluta, la han tenido relativa con fuerza suficiente para encontrar la muleta necesaria en las minorías nacionalistas. El apoyo, siempre interesado, de los nacionalistas catalanes y/o vascos permitía a la opción mayoritaria gobernar sin sobresaltos.
En la primavera de 2014, el 25 de mayo, se produjo una primera sacudida electoral que rompía la tendencia habitual. La fuerte irrupción en el Parlamento Europeo de tres partidos emergentes de ámbito nacional, dos de ellos por vez primera, encendió todas las alarmas en el plácido bipartidismo dominante. Las elecciones autonómicas andaluzas de marzo y las municipales y autonómicas de mayo de 2015 afianzaron la tendencia que había avanzado el resultado de europeas. El resultado de las generales de diciembre, con las que culminaba el ciclo electoral, no fue una sorpresa. Al contrario, vino a confirmar que la tendencia obedecía a una nueva realidad sociopolítica en España, en la que la pérdida de apoyos de los dos partidos viejos hacía imposible la muleta fácil y rompía la lógica instalada en el bipartidismo.
Una situación que es frecuente en otros países de nuestro entorno, en muchos de los que no tienen un sistema electoral que fuerce las mayorías en una segunda vuelta, se daba por primera vez en nuestra todavía joven democracia. Para conseguir la mayoría parlamentaria que nuestro sistema democrático prevé para formar gobierno, había que pactar. Lo que viene pasando, legislatura tras legislatura, en democracias consolidadas como Dinamarca, Holanda o Irlanda. En muchos países de la Unión Europea, con un sistema electoral asimilable al nuestro, lo normal tras cada proceso electoral es abrir un período de negociación cuyo resultado, indefectiblemente, es un gobierno fruto del consenso político necesario para que prime el interés general, el del conjunto de los ciudadanos, por encima de las filias o fobias ideológicas y del sectarismo partidista, por desgracia aún presente en la política española.
Tras el resultado de las elecciones del pasado 20 de diciembre hemos tenido ocasión de leer y analizar el mandato ciudadano. Ciudadanos lo ha hecho y, desde el primer momento, hemos pensado que había que buscar un acuerdo de gobierno reformista y de progreso, capaz de impulsar los cambios que muchos anhelamos. Sin adanismos, sin abrir una causa general contra la etapa política que siguió a la transición democrática y que nos permitió integrarnos en el proyecto de paz, concordia y progreso que constituye la Unión Europea. Se trata, en suma, de corregir y renovar con sensatez lo que no funciona. Sin renegar de todo. Sin romperlo todo.
Pero otros intereses no lo han hecho posible. El inmovilismo de unos y el tacticismo populista de otros lo hacían difícil. La voluntad de Rajoy y la actual cúpula del PP de hacer valer su menguada mayoría como garantía de gobierno, sin mover apenas un dedo para conseguir la mayoría parlamentaria necesaria para una investidura, ha sido insuficiente y vana. La prepotencia calculada de Iglesias y de su círculo agregado no ha tenido otro objetivo que debilitar a Pedro Sánchez y preparar el terreno para relegar al PSOE en la repetición electoral.
Coincidimos con buena parte de la actual dirección socialista en una cuestión fundamental: Pablo Iglesias no es un socio ni fiable ni deseable. Gobernar con el populismo de corte bolivariano que representan Pablo Iglesias y su entorno, por más que pretendan enmascararlo, no garantiza el cambio sensato y renovador que España necesita. Seguimos pensando que la mejor opción para garantizar el necesario equilibrio entre estabilidad y cambio pasa por contar con las fuerzas constitucionalistas que no renegamos de los logros de las tres últimas décadas pero somos conscientes de que nuestro sistema político necesita una renovación profunda que no se puede demorar.
Así lo entendemos y, según parece, así lo siguen entendiendo buena parte de los españoles que han sido llamados a las urnas para dar paso a una nueva legislatura. Y esta vez, si lo que las encuestas anuncian se confirma, tendremos que estar todos a la altura. Porque el pluralismo político ha venido para quedarse. Porque hay que regenerar nuestro sistema democrático. Porque, por más que a alguno le pese, se necesita un cambio. Porque aunque a algunos les cueste reconocerlo, estamos ante un cambio ineludible.
Matías Alonso
Secretario General de Ciudadanos y Diputado del Parlamento de Cataluña.