Cambios en la demografía electoral de España
Cambios en la demografía electoral desde las Cortes constituyentes
Celebramos ahora los 40 años de la Constitución del 78. Es buen momento para hacer balance. Desde su aprobación en referéndum, entre otros, por el autor de estas líneas a sus 18 añitos, han cambiado muchas cosas en España. Una de ellas es nuestro perfil demográfico, lo que comporta múltiples consecuencias en todos los planos sociales, económicos y políticas. Entre estas consecuencias figuran efectos de mucho calado sobre el censo electoral, y en especial tres grandes cambios:
–Muchos menos electores jóvenes y muchos más mayores ahora que en 1979, cuando las primeras elecciones del período constitucional. Además, las personas de más edad votan ahora en mucha mayor proporción que los jóvenes, con lo que su peso electoral real es aún mayor. Y en próximos comicios, todavía habrá más porcentaje de electores jubilados.
–Cambios de peso electoral por zonas geográficas. Algunas provincias (doce) han ganado escaños al Congreso de los Diputados desde las primeras elecciones de nuestra actual democracia, por haber aumentado el peso de su población respecto de la total de España, en detrimento de otras provincias (diecisiete). Estos cambios se deben en parte a desiguales saldos entre nacimientos y muertes, y en parte a desiguales flujos migratorios interiores a España, y con el extranjero.
-Hay ya una considerable y creciente masa de votantes potenciales con doble nacionalidad y raíces familiares foráneas, procedentes de la inmigración. Hasta ahora son muy mayoritariamente hispanoamericano, y en el futuro cada vez habrá más de tipo africano-islámico. En 1979 eran poquísimos los votantes de origen extranjero. Los participación electoral de los votantes con doble nacionalidad es menor que la de los españoles autóctonos, pero cabe esperar que vaya aumentando en el futuro, según sigan adaptándose a España.
España ya no es país electoral de jóvenes, sino de maduros y ancianos
Se sigue hablando mucho de “los jóvenes” como segmento electoral de interés prioritario para los partidos en busca del voto, algo que fue muy lógico en las primeras elecciones del período constitucional, en una España repleta de juventud. Pero lo es mucho menos ahora, cuando, por simplificar, somos mucho más un país de “maduros y viejos”. El principal responsable de este cambio es el hundimiento del número medio de hijos por mujer hasta niveles muy por debajo de los necesarios para el reemplazo de la población, y un 50% a 60% inferiores a los que había cuando ascendió al trono D. Juan Carlos de Borbón y Borbón-Dos Sicilias. En promedio, desde 1979, en España hemos tenido un tercio menos de los niños que habrían asegurado el relevo generacional. Y eso, junto con el incremento de la esperanza de vida, ha generado una reducción muy considerable del número de jóvenes en España, un fuerte envejecimiento del conjunto de nuestra población, y una tendencia a la pérdida de población española, inexorable si el número de hijos por mujer sigue siendo insuficiente. En lo electoral, esto ha supuesto asimismo un sustancial envejecimiento del electorado, como se aprecia en la siguiente tabla. Las personas con 43 años o menos eran el 50% del censo electoral en 1979. Ahora, para llegar a la mitad de los votantes potenciales, hay que juntar a los electores de 18 a 50 años.
Es evidente, vistos estos números, que los votantes jubilados pesan ahora mucho más que los jóvenes en España, tras aumentar su ponderación en el censo electoral más de un 50% desde 1979, y reducirse en un 45% la de los menores de 30 años. El poderío electoral efectivo de los pensionistas se refuerza sobre su magnitud nominal porque, como se comentó en la introducción, suelen abstenerse menos de votar que los electores jóvenes. Y se refuerza de manera adicional porque la edad media a la jubilación en España sigue siendo inferior a 65 años, pese a los cambios legales y los esfuerzos realizados para que se retrase.
Poniendo todo lo anterior junto (los muchos electores mayores de 64 años, el extra de participación de los votantes añosos, y las personas ya retiradas de la vida activa con menos de 65 años), el voto jubilado representaría ya al menos el 30% del total, entre el doble y el triple que el voto de los menores de 30 años. Más aún: en futuros comicios, en cada legislatura, crecerá entre uno y dos puntos porcentuales el porcentaje de votantes jubilados. Y el segmento de españoles que se van acercando a las edades de jubilación, los que hay entre 50 y 64 años, es asimismo muy numeroso, apreciablemente más que hace 40 años. Así pues, aunque la retórica de “los jóvenes” como actor político decisivo sigue muy presente en el imaginario colectivo, para los partidos mayoritarios, con opciones a quedar en primer o segundo lugar, las elecciones difícilmente se ganan o se pierden ahí, sino más bien entre los electores jubilados y senior.
La España que gana y la que pierde peso electoral / poblacional
En el período constitucional ha habido notables diferencias entre la tasa de fecundidad por provincias / regiones, en su atractivo para la inmigración nacional y extranjera, y en su capacidad de retener a su propia población en ella, con el consiguiente correlato en el peso electoral de cada zona geográfica en el conjunto nacional. Por simplificar, la población de España en los últimos 40 años ha tendido a concentrarse en Madrid, el arco mediterráneo, Baleares y Canarias, con provincias especialmente pujantes en materia poblacional como Málaga, Baleares, Alicante, Las Palmas, Murcia o Almería. Todo ello se ha traducido en significativas variaciones del número de diputados al Congreso que se eligen en muchas provincias, de los que 248 (350 menos dos por provincia, uno por Ceuta y otro por Melilla) se distribuyen en proporción a su población de derecho. Entre las elecciones de 1977, cuando España recuperó su democracia, y 2016, 12 provincias han ganado diputados, por haber ganado peso poblacional apreciable en España, y 17 lo han perdido. Las 12 ganadoras, aparte de Madrid y Toledo (esta última, muy probablemente, por su cercanía a Madrid), son todas provincias de la costa mediterránea y sur: Málaga, Baleares, Alicante, Las Palmas, Murcia, Almería, Gerona, Tarragona, Cádiz y Valencia. En cuanto a las provincias que han perdido diputados, todas son del Norte o el interior de España, con una muy llamativa excepción: Barcelona. Un caso extremo es el de Soria. Ha quedado tan despoblada que es la primera provincia que se ha quedado solo con los dos diputados que se asignan sin tener en cuenta la población. Seguidamente se muestran en tablas y en un mapa de España estos cambios.
Por CCAA, se repite en lo esencial el patrón. Ganan diputados Baleares, Murcia, Canarias, la Comunidad Valenciana, Madrid y Andalucía, aunque no, de manera llamativa, Cataluña. Y pierden diputados Asturias, Castilla y León, Galicia, Aragón, Extremadura y el País Vasco. Cataluña conserva los mismos diputados que en 1977 porque, si bien Barcelona pierde dos, Tarragona y Gerona ganan uno cada una. Esto es reflejo del hecho de que el peso poblacional de Cataluña en España se ha mantenido aproximadamente constante desde 1977, en marcado contraste con lo sucedido en los cien años previos a la promulgación de la Constitución de 1978. El caso vasco, la otra región de España que, junto con Madrid y Cataluña, más prosperó en los años del desarrollismo franquista -en los cuales, estas tres regiones registraron crecimientos muy considerables de población y de peso demográfico en España[1]-, es asimismo notable. Desde 1977 hasta ahora la Comunidad Autónoma Vasca ha perdido un séptimo de sus diputados al Congreso, en consonancia con la marcada disminución de su peso poblacional en España en este lapso de tiempo, tras haberlo ganado de forma prácticamente ininterrumpida desde los tiempos de Isabel II hasta la muerte de Franco, y muy en especial durante el franquismo. En los últimos 40 años, en los cuales los habitantes del País Vasco nacidos en España incluso han disminuido ligeramente en número, Vizcaya ha perdido dos diputados, y Guipúzcoa, uno. Y, de no existir el mínimo de dos diputados por provincia y asignarse todos de forma proporcional a la población, la merma de los escaños vascos al Congreso habría sido mayor.
[1] En números redondos, la población de Cataluña creció un 70% entre 1950 y finales de 1975. La del País Vasco, un 90%. La de la provincia de Madrid, un 110%. La del resto de España, solo un 10%.
En próximos años y legislaturas, si las últimas tendencias no cambian, seguirá habiendo movimientos parecidos de ganancias de escaños por Madrid, las provincias mediterráneas y Canarias, y de pérdidas de representantes al Congreso por parte de las demás provincias del interior, Norte y Oeste de España.
Los nuevos electores: españoles con raíces foráneas
En el actual período constitucional, por primera vez en siglos, España ha pasado a ser un país con mucha más inmigración procedente del exterior que emigración hacia fuera de ella. Los extranjeros llegados a España desde 1978, y sobre todo en los últimos 25 años, han sido más de seis millones netos, los cuales han tenido aquí ya casi dos millones de niños en toral. Al margen de otras consideraciones, en lo electoral, la inmigración se ha traducido en un número creciente de votantes nacidos en el extranjero, que en algunas demarcaciones son un porcentaje ya muy considerable del censo. Y a futuro, contarán cada vez más en el electorado los hijos de inmigrantes, que son aproximadamente un 25% de los niños actuales de España.
Por esta razón, a comienzos de 2018, había ya en España casi dos millones de votantes potenciales nacidos fuera de ella. Además de hijos de emigrantes españoles que han retornado a la patria de sus ancestros, se trata sobre todo de inmigrantes que, al cabo de unos años de estancia aquí, han logrado la nacionalidad española. Una amplia mayoría de esos inmigrantes con doble nacionalidad son hispanoamericanos, que para acceder a nuestra nacionalidad necesitan mucho menos tiempo de estancia legal en España que otros extranjeros. Por otra parte, alrededor de un tercio de los foráneos residentes en España son nacionales de otro país de la Unión Europea, razón por la cual tienen mucha menos propensión que los inmigrantes de fuera de la UE a pedir nuestra nacionalidad, ya que no ganan tanto con ella como los americanos, africanos, asiáticos o europeos no comunitarios. Y aunque hasta ahora parece que estos nuevos españoles se abstienen mucho más que el resto de los votantes en los procesos electorales, cabe prever que sus tasas de participación electoral tiendan a aumentar, según lleven más tiempo viviendo en España, y que la obtención de su favor electoral sea cada vez de mayor interés para los partidos en liza, y mucho más en determinadas provincias y localidades, donde su peso en el censo es ya muy apreciable, como se aprecia de manera aproximada en el siguiente cuadro.
Es bastante común que, en las disertaciones sobre temas demográficos, para realzar la importancia de lo que en ellas se trata, se cite el célebre aforismo atribuido a Augusto Comte de que “en la demografía está el destino”. En materia electoral, no nos atrevemos a llegar a tanto, ya que a todos los partidos de masas les vota gente de todos los segmentos de edad, y de ambos sexos. Pero es innegable que la composición demográfica del electorado por zonas geográficas es uno de los elementos que más cuentan. De hecho, los diversos partidos suelen tener un éxito desigual por franjas de edad y sexos, además de por zonas geográficas. Y en el futuro, también contará cada vez más en qué medida cada partido es favorecido o no por el voto de los inmigrantes y los españoles cuyos padres tienen un sustrato étnico diferente del de la gente española “de toda la vida”.
A modo de ejemplo, en EEUU, en las últimas elecciones legislativas, los blancos votaron en mayoría por los republicanos, mientras los demócratas se impusieron por márgenes que fueron entre aplastantes y abrumadores entre los negros, asiáticos e hispanos. Por ello, conocer bien los perfiles demográficos de las diversas demarcaciones en los procesos electorales (población por edades, sexos, tipología étnica, etc.), y proyectar cómo evolucionarán en próximos años, es un elemento imprescindible para afinar las estrategias preelectorales y electorales de barrio / locales / provinciales / regionales / nacionales. Organizaciones con ese conocimiento demográfico de detalle, como Target Point, o la Fundación Renacimiento Demográfico, que modestamente dirijo, pueden ser de utilidad a estos efectos para quien lo necesite.
Para terminar estas líneas, reiteramos un consejo a los analistas políticos y estrategas electorales. Visto el envejecimiento de España desde 1978-1979, nada de tener una obsesión casi única con “los jóvenes”. Y en su lugar, conviene prestar más atención al voto “plateado” y de edades medianas, que de ellos será cada vez más el reino de los cielos electorales.
Autor: Alejandro Macarrón Larumbe
Ingeniero y consultor empresarial
Director de la Fundación Renacimiento Demográfico
Autor de los libros “El suicidio demográfico de España” y “Suicidio demográfico en Occidente y medio mundo”