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D’Hondt es inocente. La circunscripción provincial, no.

DHondt es inocente. La circunscripción provincial, no. Y el voto útil, una semi-falacia.

Desde que se instauró la democracia en España hace 40 años, se repite, de forma machacona, en análisis y conversaciones sobre temas electorales, la siguiente falacia: en las elecciones generales -y también en otros tipos de comicios con este mismo sistema de asignación de escaños- la ley D’Hondt sobreprima a los grandes partidos y castiga a los pequeños, de suerte que, gracias a ella, los primeros consiguen mucho mayor porcentaje de escaños que de votos, mientras que a los segundos les ocurre lo contrario.

En realidad, el sistema D’Hondt de reparto de escaños es una regla muy justa para aplicar el principio de proporcionalidad entre votos recibidos y escaños logrados. Lo que realmente penaliza a los partidos pequeños respecto a los votos obtenidos, en las elecciones a diputados al Congreso, son las circunscripciones provinciales con no muchos diputados en liza. En las demarcaciones electorales provinciales no sirven para nada los sufragios que reciba cualquier partido que no logre superar un cierto umbral porcentual de votos -que suele ser un poco inferior a uno dividido por el número de escaños de la provincia, expresado en tanto por ciento-, listón que es mayor cuanto menor sea el número de diputados de cada provincia. Dicho coloquialmente, son votos que van a la basura. Además, en las elecciones generales en España hay establecido un límite mínimo del 3% de los votos por provincia para obtener diputados, pero en la práctica eso solo tiene importancia en las provincias de Madrid y Barcelona, en las que se lograría un escaño con un poco menos del 3% de los votos, ya que en todas las demás sería en todo caso virtualmente imposible obtener escaños con menos del 4% o 5% de los votos válidos.

Para ilustrar estas afirmaciones de manera rotunda, veamos lo sucedido en las elecciones generales de 2016. En ellas, el partido más votado en cada provincia solamente fue en 14 de ellas el que menos votos necesitó por cada diputado obtenido. En 20, fue el segundo partido en sufragios recibidos el que tuvo el menor coste de todos en votos por diputado, y no el primero. En 13, hubo dos partidos con menos sufragios que el ganador a los que costó menos votos que a éste cada diputado. En dos provincias, el primer partido en votos fue el cuarto partido al que menos votos costó cada diputado. Incluso hubo una provincia en la que a cinco partidos les costó menos votos que al ganador obtener un diputado. Es decir, que en 36 provincias no hubo ningún tipo de prima al ganador por serlo, sino que le costó más en votos cada escaño que a alguno o varios de los siguientes partidos por número de votos.

Si analizamos lo ocurrido con los segundos, terceros y cuartos partidos por provincia (e incluso quintos o sextos, en las provincias donde lograron escaños), ocurre algo similar. En 2016, el segundo partido fue el que menos votos necesitó por diputado en 12 provincias, fue el segundo en 16, el tercero en 15, el cuatro en 4, y el quinto en 3. Por su parte, al tercer partido le costó menos que a ningún otro sacar escaños en 13 provincias, fue el segundo con menor coste en votos por diputado en 15, el tercero en 5, el cuatro en 4, y el quinto en 1 (hubo doce provincias en las que solo lograron escaños dos partidos, casi todas de las menos pobladas, y por ello solo suma 38 el número de provincias en las que hubo al menos tres partidos que lograron diputados). Y de las 24 provincias donde al menos cuatro partidos lograron escaños, al cuarto partido le costó menos sacar diputados que a ningún otro en dos provincias, fue el segundo con menos votos por diputado en cuatro, y el tercero en diez. Esto se puede ver en la siguiente gráfica.

 

Algo muy similar ha sucedido en las recientes elecciones autonómicas de Andalucía de diciembre de 2018. En solo dos de las ocho provincias andaluzas, el partido más votado fue aquel al que más barato -en términos de votos- le ha salió cada escaño, esto es, el que fue más favorecido según la regla D’Hondt. En otras cuatro provincias, el ganador en votos fue el segundo al que menos votos le costó cada parlamentario obtenido. En una, fue el cuarto por menos votos por diputado, y en otra, el quinto. Un caso muy interesante es el de Vox, la fuerza emergente en esas elecciones. Fue la última (quinta) en sacar escaños en siete provincias, y la tercera únicamente en una, Almería, en la cual fue también el tercer partido al que más (y al que menos) le costó en votos cada parlamentario. En las otras siete, en las que quedó en quinto lugar por votos recibidos, Vox cosechó un primer puesto en la clasificación de menos votantes por escaño obtenido (Cádiz), dos terceros puestos (Jaén y Sevilla), dos cuarto puestos (Málaga y Huelva), y dos quintos puestos (Córdoba, Granada). De hecho, a escala global andaluza, a Vox, quinta fuerza política en las elecciones autonómicas de 2018, le costó menos votos que a Podemos (Adelante Andalucía), con más votos totales, cada diputado obtenido. Y al PP, segunda fuerza política en votos y escaños, le costó menos sufragios obtener cada diputado que al PSOE, el partido globalmente más votado.

La conclusión de este análisis de las elecciones generales de 2016 o de las andaluzas de 2018,  es que, una vez que se superan en una determinada provincia los umbrales mínimos que permitan lograr un escaño, el sistema D’Hondt no da ningún tipo de sobreprima a los partidos más votados en cada provincia con respecto a los demás que también logran en ella escaños. Entre aquellos partidos que logran diputados en una cierta provincia, parece esencialmente aleatorio cuál es el partido más favorecido en términos de menos votos por escaño en ella.

La prima a los partidos mayoritarios se debe a las provincias menos pobladas

¿Por qué consigue entonces el partido mayoritario a nivel nacional (o regional, en el caso de los partidos nacionalistas) un mayor porcentaje de escaños que de votos, y a menudo también el segundo? Sobre todo, porque muchos votos de los partidos pequeños se van al sumidero en las provincias en las que no logran ni un escaño. Dicho coloquialmente, acabaron en “la papelera”. Fueron voto inútil. En las elecciones de 2016, más de 1,9 millones de votos, un poco más del 8% de los sufragios válidos emitidos, fueron a parar a partidos en provincias en los que éstos no sacaron escaños. En concreto, solo hubo dos provincias en las que el PP no obtuvo diputados en 2016, y sus votos en ellas se desperdiciaron. El PSOE, por su parte, únicamente no logró diputados en una provincia, en Ceuta y en Melilla. En contraste, hubo muchas más provincias en las que se quedaron en blanco Ciudadanos (en 30) o Unidos Podemos (en 13), y los votos recibidos en ellas no sirvieron de nada. En el caso del PP, además, en 2016, y en otros comicios previos, gozó de una sobreprima por ganar en muchas de las provincias con muy pocos diputados, en las que cuesta menos votos cada escaño. En la siguiente gráfica se aprecia el número de votos que necesitó de media cada partido por cada diputado obtenido en 2016.

 

En la siguiente gráfica se puede ver cuántos votos necesitó cada partido en las elecciones andaluzas de 2018. El número que figura entre paréntesis tras el nombre de cada partido es el número de orden en que ese partido quedó en el cómputo global, por número de votos (PSOE el primero, PP el segundo…). En estas elecciones al parlamento andaluz, casi un 6% de los sufragios emitidos (5,9%), dirigidos a formaciones muy minoritarias -la más votada de las cuales, el partido animalista PACMA, logró casi un 2% de los votos totales-, no se tradujeron en representación parlamentaria. Y reparemos en que, con un 6% de los votos, se habría obtenido un diputado en cada una de las provincias más pobladas: Sevilla, Málaga y Cádiz.

 

Así pues, al César lo que es del César, a D’Hondt lo que es de D’Hondt, y a la provincia como circunscripción electoral lo que es de la provincia. Y si algo hay en el sistema electoral español que sobreprima a los grandes partidos, no es la ley D’Hondt, sino la distribución de escaños por provincias, además del hecho de que, al menos hasta ahora, el PP haya obtenido en general un resultado especialmente bueno en las provincias menos pobladas, aquellas en las que obtener diputados cuesta menos votos en total pero más porcentaje de sufragios.           

El espantajo del (falso) voto inútil y los umbrales de inutilidad por provincia en 2016

Los partidos mayoritarios de la izquierda y de la derecha en España, para disuadir al votante de optar por sus competidores menores en la misma zona del espectro político, suelen emplear el argumento de que dividir el voto de su campo ideológico es facilitar que ganen los del campo opuesto, “porque la ley electoral favorece a los partidos mayoritarios, y optar por otros menores en un mismo campo ideológico es ayudar al enemigo, es exponerse a que gane las elecciones”. Pues bien, como ha quedado demostrado antes, eso es una falacia allí donde los partidos menores logren escaños, al no haber sobreprima sistemática a los que más votos hayan recibido respecto de los otros que también que obtengan representación. Solo es cierto el argumento del “voto útil” en las provincias en las que los partidos menores no tienen opción a escaño, por no llegar al mínimo necesario para lograr uno. ¿Y cuál es ese umbral? Es variable, en función del número de diputados que se eligen en cada provincia, y de la distribución del voto en ella en cada contienda electoral. A modo de ejemplo, la tabla siguiente muestra cuál fue el umbral medio que separó al voto útil del inútil en las generales de 2016, por provincias con un mismo número de diputados. En Madrid y Barcelona, como ya se comentó, este umbral fue inferior al 3% de listón mínimo que establece la ley electoral.

 

Y una consideración final. En futuros comicios generales, en una España en la que ya no rige el cuasi bipartidismo que fue la norma desde 1977 hasta las elecciones generales de 2011, sino que hay cuatro partidos nacionales consolidados y con una fuerza electoral relativamente pareja, y uno más emergente (Vox), además de varios partidos nacionalistas muy votados en algunas CCAA, cabe esperar que se desperdicie un abultado número de sufragios, en especial en las provincias menos pobladas, aquellas en las que se eligen pocos diputados. En las elecciones generales de 2004, 2008 y 2011, con un PP y un PSOE que sumaban una amplísima mayoría de los votos nacionales entre los dos, menos de un 5% de los votos fueron a parar a esa papelera virtual en la que se depositan los votos que no se traducen en representación parlamentaria. En contraste, como se señaló anteriormente, en las elecciones generales de 2016, con un espectro político más fragmentado, más del 8% de los votos fueron inútiles. A mayores, por esta razón, las futuras mayorías parlamentarias nacionales podrían incluso recaer en aquel bloque político teórico (derecha e izquierda nacional) que sufra un menor desaprovechamiento de voto en provincias pequeñas, ya sea por casualidad, o bien por acuerdos pre-electorales “win-win” entre previsibles aliados post-electorales, que reduzcan al máximo el número de sufragios que no conduzcan a representación parlamentaria.

 

Autor:   Alejandro Macarrón Larumbe

Ingeniero y consultor de estrategia empresarial
                  Socio de Otto & Company Strategy Consultants

 

Anexo. Resultados de las elecciones generales de 2016 en algunas provincias, y orden de partidos por menor coste en votos por escaño
(solo partidos que lograron en ellas representación al Congreso)

 

 


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